domingo, 21 de octubre de 2012

Trío de curiosos.



Esa intensa noche estaba compartiendo con algunos conocidos unas cuantas botellas de un amargo pero adictivo licor. Entre música y diferentes conversaciones iba transcurriendo el tiempo. Pasaban las horas, y la cantidad de alcohol se intensificaba. Pasaban las horas y el baile se fue convirtiendo en algo más erótico, en algo más vulgar y sucio. Pasaban las horas y le clavaba la mirada aún más, a ella, a esa mujer que desde que llegué me hizo sentir un morbo increíble, unas ganas de devorarla con la mirada y de hacerla gritar de placer.

Ella era delgada, de cabello castaño oscuro no muy largo, y de unos 1,73 cm de estatura aproximadamente, tenía los ojos color miel, y esa mirada, transmitía lo angelical de cualquier niña inocente, pero la rudeza de aquel mujerón ansioso de sexo. La corta y descolorida falda que llevaba puesta, exhibía esos grandes muslos tostados por el sol, esas largas piernas que ya me imaginaba abiertas esperando la visita de mi fierra masculinidad. Solo podía ocultar la mitad de aquel par de senos que adornaban su pecho; vestía una blusa de líneas blancas y rojas, erguida en zapatos negros con tacones, y llevaba alrededor de su cintura una correa del mismo color que le sujetaban las ganas, cosa que más adelante yo mismo confirmaría.

Ya empezaba a sentir los efectos del alcohol. Me acerqué al sofá donde ella estaba sentada y le pregunté su nombre, intentando iniciar una conversación. Sonrió de manera pícara y con voz seductora me dijo: “Katherine”, seguidamente me preguntó: ¿Me acompañas? Se puso de pie y se dirigió hacia uno de los cuartos de aquel apartamento, con toda seguridad de que yo iría detrás de ella. Y así era.

Apenas entramos a la habitación, sin encender las luces ni pronunciar alguna otra palabra, me empujó hacia la pared y comenzó a besarme desesperadamente. Me lamía el cuello tal cachorra saciándose de agua, me mordía suavemente los labios mientras con una de sus manos me apretaba el bulto, ese bulto que con cada lamida y con cada roce de sus senos contra mi pecho se iba prensando más y más, y que al parecer, ella disfrutaba sintiéndose dueña de él. Apretujé sus sólidas y redondas nalgas, acercándola hacia mi ya endurecido pene. Entre besos la fui llevando a la cama para terminar con estas ganas de poseerla que ya se notaban en mi mojado bóxer. El momento fue interrumpido por un: “ya va, ya vengo, no te vayas a ir por favor”. Quedé asombrado, pensativo, a la expectativa.

A los dos minutos se abrió la puerta y era ella, pero acompañada por otra chica. Encendió la luz de la pequeña lámpara ubicada encima de la mesita de noche e hizo la pregunta que tanto estaba imaginando: ¿Hay problema si ella se queda? Es mi amiga, dijo. Por un momento me estremecí, nunca antes había estado con dos mujeres a la vez, lo imaginaba, lo deseaba, lo fantaseaba pero nunca supe que iría a hacerlo tan pronto. La otra chica era una rubia que también estaba en la reunión desde que llegué, era corpulenta, más baja de estatura que Katherine, de labios gruesos y ojos verdes. Nunca me fijé en cómo iba vestida, en ese momento lo menos que detallaba era lo que sobraba: la ropa. Respondí que no había ningún problema.


Katherine se acercó hacia la cama donde yo me encontraba acostado. Se deslizó encima de mí e hizo un gesto de invitación a la amiga que todavía se encontraba de pie junto a la puerta. Siguió con esos besos sádicos y llenos de ganas, siguió jugando con mi lengua y empezó a moverse despacio, en círculos, mientras frotaba su pubis con lo duro que se encontraba mi jean por tal erección. La otra chica se estaba quitando la ropa muy rápido como si estuviese recibiendo órdenes, pero me di cuenta que era el mismo deseo de participar en aquel acto, las mismas ganas de fantasear y saciar su morbo con aquellos dos que jugueteaban en la cama. 

Entre las dos me quitaron el jean e iban despojándome del bóxer mientras se besaban. Ellas provocaron que mi miembro casi explotara de lo compacto que estaba. Se besaban con locura y desesperación; una de las lenguas bajó apresuradamente por la mejilla, luego por el cuello… hasta llegar al firme pezón de la otra; esa lengua era la de Katherine, y mientras ella satisfacía y excitaba a su amiga, la rubia comenzaba a gemir del placer provocado. Yo seguía ahí acostado, observando aquella escena que me tenía ansioso y excitado al punto máximo. Sentía la necesidad de penetrar a alguna, de descargar mi furia en ella, de castigarla.

Katherine se abalanzó sobre mí y se sentó sobre mi pene, cubriéndolo de aquella cálida y húmeda cavidad. Con sus manos sobre mi pecho, inició un rápido movimiento mientras sus ojos se retorcían de placer y mi respiración se aceleraba. Después de unos minutos se levantó de aquella silla que en la que se había deleitado para dedicarse a hacerle sexo oral a la rubia. Esta chica estaba acostada con las piernas hacia arriba y la otra que parecía bestia, le abrió la vagina con los dedos mientras metía y sacaba la punta de la lengua, la haló por el cabello mientras se retorcía y hacía movimientos como intentando meter toda la lengua de la otra en su gran abertura. Se escuchaba como saboreaba aquel líquido que salía en cascada, se olían esos féminos fluidos que me tenían en éxtasis.

Mi desesperación hizo que buscara una posición en la que penetrara a Katherine sin interrumpir la degustación que ella estaba haciendo de aquella mujer. Y así hicimos. La apreté bien fuerte de las nalgas e inserté mi fierra masculinidad en su hoyo. Inicialmente lo hacía lento, despacio, sin prisa, para que me fuera sintiendo dentro de ella. La excitación se apoderaba de mí, empecé a acelerar la rapidez de mi movimiento, mi pene entraba y salía provocándole dolor, pero de ese dolor que sacia, que gusta y que da placer. Le di nalgadas sintiéndome su amo, la azoté. En ese momento los tres estábamos gimiendo exhaustivamente, disfrutando de esa experiencia con la que había fantaseado tanto. Sentí cómo sus líquidos arropaban mi endurecido pene, permitiendo la penetración con más facilidad y sensibilidad. 

La rubia pidió que la penetrara. Ella acostada y yo de pie, apretándole los senos, me dediqué a darle con fuerza, queriendo introducir absolutamente todo dentro de ella; Katherine se arrodilló dejando su vagina en la boca de su amiga, mientras escupía y lamía alrededor de donde estaba penetrando. Esa imagen alimentó el morbo muchísimo más, tenía el glande durísimo y lubricado, casi a punto de estallar.

Estas dos hembras se arrodillaron y empezaron a chuparme el pene, entre las dos, tal leonas peleando por la misma presa. Se besaban teniendo mi masculinidad en medio de sus bocas, lo lamían, lo absorbían. Mientras una lo guardaba en su garganta, la otra pasaba la lengua suavemente por mis testículos. Prensé las piernas, comencé a gemir. Ellas seguían jugueteando y dándose placer con los dedos. Les avisé que estaba a punto de liberar todas las ganas que habían provocado durante estas fugaces horas, ellas exigieron que querían recibirlas en sus caras. 

Mis placenteros gemidos fueron acompañados de un gran chorro de semen, el cual se esparció por aquellos satisfechos rostros mientras me tocaban los huevos y se acariciaban los pezones. Besándose, untadas de aquella espesa y caliente sustancia, concluyó tan excitante y perdurable práctica. Nunca supe cuál era el nombre de esa hembra de cabellos dorados, quien fue partícipe de esta experiencia de mi vida. Nunca más volví a tener contacto con Katherine, la mujer que de alguna u otra manera hizo que ese trío de jóvenes curiosos y no mayores a 21 años, hicieran realidad una fantasía. Quedé exhausto, complacido, saciado. Me sentí ligero, deseoso de que ocurriera nuevamente…