Esa intensa noche estaba compartiendo con algunos conocidos unas cuantas
botellas de un amargo pero adictivo licor. Entre música y diferentes
conversaciones iba transcurriendo el tiempo. Pasaban las horas, y la cantidad
de alcohol se intensificaba. Pasaban las horas y el baile se fue convirtiendo
en algo más erótico, en algo más vulgar y sucio. Pasaban las horas y le clavaba
la mirada aún más, a ella, a esa mujer que desde que llegué me hizo sentir un
morbo increíble, unas ganas de devorarla con la mirada y de hacerla gritar de
placer.
Ella era delgada, de cabello castaño oscuro no muy largo, y de unos 1,73 cm
de estatura aproximadamente, tenía los ojos color miel, y esa mirada,
transmitía lo angelical de cualquier niña inocente, pero la rudeza de aquel
mujerón ansioso de sexo. La corta y descolorida falda que llevaba puesta,
exhibía esos grandes muslos tostados por el sol, esas largas piernas que ya me
imaginaba abiertas esperando la visita de mi fierra masculinidad. Solo podía
ocultar la mitad de aquel par de senos que adornaban su pecho; vestía una blusa
de líneas blancas y rojas, erguida en zapatos negros con tacones, y llevaba
alrededor de su cintura una correa del mismo color que le sujetaban las ganas,
cosa que más adelante yo mismo confirmaría.
Ya empezaba a sentir los efectos del alcohol. Me acerqué al sofá donde ella
estaba sentada y le pregunté su nombre, intentando iniciar una conversación.
Sonrió de manera pícara y con voz seductora me dijo: “Katherine”, seguidamente
me preguntó: ¿Me acompañas? Se puso de pie y se dirigió hacia uno de los
cuartos de aquel apartamento, con toda seguridad de que yo iría detrás de ella.
Y así era.
Apenas entramos a la habitación, sin encender las luces ni pronunciar
alguna otra palabra, me empujó hacia la pared y comenzó a besarme
desesperadamente. Me lamía el cuello tal cachorra saciándose de agua, me mordía
suavemente los labios mientras con una de sus manos me apretaba el bulto, ese
bulto que con cada lamida y con cada roce de sus senos contra mi pecho se iba
prensando más y más, y que al parecer, ella disfrutaba sintiéndose dueña de él.
Apretujé sus sólidas y redondas nalgas, acercándola hacia mi ya endurecido
pene. Entre besos la fui llevando a la cama para terminar con estas ganas de
poseerla que ya se notaban en mi mojado bóxer. El momento fue interrumpido por
un: “ya va, ya vengo, no te vayas a ir por favor”. Quedé asombrado, pensativo,
a la expectativa.
A los dos minutos se abrió la puerta y era ella, pero acompañada por otra
chica. Encendió la luz de la pequeña lámpara ubicada encima de la mesita de
noche e hizo la pregunta que tanto estaba imaginando: ¿Hay problema si ella se
queda? Es mi amiga, dijo. Por un momento me estremecí, nunca antes había estado
con dos mujeres a la vez, lo imaginaba, lo deseaba, lo fantaseaba pero nunca
supe que iría a hacerlo tan pronto. La otra chica era una rubia que también
estaba en la reunión desde que llegué, era corpulenta, más baja de estatura que
Katherine, de labios gruesos y ojos verdes. Nunca me fijé en cómo iba vestida,
en ese momento lo menos que detallaba era lo que sobraba: la ropa. Respondí que
no había ningún problema.
Katherine se acercó hacia la cama donde yo me encontraba acostado. Se
deslizó encima de mí e hizo un gesto de invitación a la amiga que todavía se
encontraba de pie junto a la puerta. Siguió con esos besos sádicos y llenos de
ganas, siguió jugando con mi lengua y empezó a moverse despacio, en círculos,
mientras frotaba su pubis con lo duro que se encontraba mi jean por tal
erección. La otra chica se estaba quitando la ropa muy rápido como si estuviese
recibiendo órdenes, pero me di cuenta que era el mismo deseo de participar en
aquel acto, las mismas ganas de fantasear y saciar su morbo con aquellos dos
que jugueteaban en la cama.
Entre las dos me quitaron el jean e iban despojándome del bóxer mientras se
besaban. Ellas provocaron que mi miembro casi explotara de lo compacto que
estaba. Se besaban con locura y desesperación; una de las lenguas bajó
apresuradamente por la mejilla, luego por el cuello… hasta llegar al firme
pezón de la otra; esa lengua era la de Katherine, y mientras ella satisfacía y
excitaba a su amiga, la rubia comenzaba a gemir del placer provocado. Yo seguía
ahí acostado, observando aquella escena que me tenía ansioso y excitado al punto
máximo. Sentía la necesidad de penetrar a alguna, de descargar mi furia en
ella, de castigarla.
Katherine se abalanzó sobre mí y se sentó sobre mi pene, cubriéndolo de
aquella cálida y húmeda cavidad. Con sus manos sobre mi pecho, inició un rápido
movimiento mientras sus ojos se retorcían de placer y mi respiración se
aceleraba. Después de unos minutos se levantó de aquella silla que en la que se
había deleitado para dedicarse a hacerle sexo oral a la rubia. Esta chica
estaba acostada con las piernas hacia arriba y la otra que parecía bestia, le
abrió la vagina con los dedos mientras metía y sacaba la punta de la lengua, la
haló por el cabello mientras se retorcía y hacía movimientos como intentando
meter toda la lengua de la otra en su gran abertura. Se escuchaba como
saboreaba aquel líquido que salía en cascada, se olían esos féminos fluidos que
me tenían en éxtasis.
Mi desesperación hizo que buscara una posición en la que penetrara a
Katherine sin interrumpir la degustación que ella estaba haciendo de aquella
mujer. Y así hicimos. La apreté bien fuerte de las nalgas e inserté mi fierra
masculinidad en su hoyo. Inicialmente lo hacía lento, despacio, sin prisa, para
que me fuera sintiendo dentro de ella. La excitación se apoderaba de mí, empecé
a acelerar la rapidez de mi movimiento, mi pene entraba y salía provocándole
dolor, pero de ese dolor que sacia, que gusta y que da placer. Le di nalgadas sintiéndome
su amo, la azoté. En ese momento los tres estábamos gimiendo exhaustivamente,
disfrutando de esa experiencia con la que había fantaseado tanto. Sentí cómo
sus líquidos arropaban mi endurecido pene, permitiendo la penetración con más
facilidad y sensibilidad.
La rubia pidió que la penetrara. Ella acostada y yo de pie, apretándole los
senos, me dediqué a darle con fuerza, queriendo introducir absolutamente todo
dentro de ella; Katherine se arrodilló dejando su vagina en la boca de su
amiga, mientras escupía y lamía alrededor de donde estaba penetrando. Esa
imagen alimentó el morbo muchísimo más, tenía el glande durísimo y lubricado,
casi a punto de estallar.
Estas dos hembras se arrodillaron y empezaron a chuparme el pene, entre las
dos, tal leonas peleando por la misma presa. Se besaban teniendo mi
masculinidad en medio de sus bocas, lo lamían, lo absorbían. Mientras una lo
guardaba en su garganta, la otra pasaba la lengua suavemente por mis
testículos. Prensé las piernas, comencé a gemir. Ellas seguían jugueteando y
dándose placer con los dedos. Les avisé que estaba a punto de liberar todas las
ganas que habían provocado durante estas fugaces horas, ellas exigieron que querían
recibirlas en sus caras.
Mis placenteros gemidos fueron acompañados de un gran chorro de semen, el
cual se esparció por aquellos satisfechos rostros mientras me tocaban los
huevos y se acariciaban los pezones. Besándose, untadas de aquella espesa y
caliente sustancia, concluyó tan excitante y perdurable práctica. Nunca supe
cuál era el nombre de esa hembra de cabellos dorados, quien fue partícipe de
esta experiencia de mi vida. Nunca más volví a tener contacto con Katherine, la
mujer que de alguna u otra manera hizo que ese trío de jóvenes curiosos y no
mayores a 21 años, hicieran realidad una fantasía. Quedé exhausto, complacido,
saciado. Me sentí ligero, deseoso de que ocurriera nuevamente…