viernes, 8 de junio de 2012

El gran viaje.


Estaba en una camioneta Van de color blanco junto a algunos compañeros de la universidad, dentro de ésta había doce asientos sin incluir el del chofer y el copiloto; era espaciosa y muy fría. Ocupamos algunos puestos con aquellas grandes y coloridas maletas. Iban a ser los tres más excelentes días para muchos de nosotros. Se podía sentir en nuestras miradas la euforia y las ganas de llegar rápidamente a nuestro destino. Durante el camino aprovechamos la oportunidad para recordar parte de nuestra infancia con algunas viejas canciones; reímos, cantamos, y descansamos para tener energía durante el día. El pequeño, humilde, pero rico en paisajes pueblo de Chichiriviche, nos esperaba.


Disfrutamos de un excelente y relajante paseo en lancha donde observamos aquellas majestuosas y rígidas rocas gigantes. Se podía sentir en los pulmones aquel exquisito aire con desconocida procedencia, pero que de alguna u otra manera hacía que sintiéramos tener la vida en nuestras manos, que apreciáramos todos nuestros sentidos para percibir tan majestuosos paisajes, para que voláramos con aquellas gaviotas y ésos coloridos pájaros tan cantarines como las voces más jóvenes de una orquesta. Esa señorial Cueva del Indio se apoderó totalmente de nuestras pupilas; inertes jeroglíficos adornaban las grises y marrones sólidas piedras que vestían a la misma.


Por fin llegamos al cayo. Caminamos desde un pequeño muelle de madera hasta conseguir un cálido y pequeño espacio en medio de aquella blanca y suave arena, bajo una gran sombrilla de diferentes tonalidades y texturas. En un momento me senté a la orilla de la playa, compartiendo un cigarrillo que tenía en la mano derecha y una fría bebida alcohólica en la izquierda con una extraordinaria compañía. Ahí me encontraba yo, escrutando el horizonte y la inmensidad de aquel verde azulado océano; donde el cielo y el mar se hacían uno, donde el solitario sol, ardía con más fuerza que nunca en ése despejado cielo; donde las olas se mecían con aquella brisa firme pero cansada. Ahí me encontraba yo, deleitando mis extasiados ojos con tan hermosos panoramas que nos brinda la gran Venezuela.

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