jueves, 5 de abril de 2012

Ella era.



Ella era alegría, que pronto se convertirá en tristeza.
Ella era delicada, tan suave y hermosa como la rosa más roja de nuestro jardín; pero tan hiriente como sus propias espinas.

Ella era tan dulce que sus besos me empalagaban, pero que con su adictiva saliva saciaba mi sed.
Ella era delgada; mis manos cubrían las curvas de su cintura, apretaban y sentían su delirante abdomen.

Ella era mi tiempo, por lo tanto, mi vida.

Ella era ésa mujer por la que estaba dispuesto a dibujar un castillo para convertirla en mi princesa.
Ella era silencios ensordecedores, pero llenos de respuestas. Respuestas que no encontraba ni en mí mismo.

Ella era, es, y seguirá siendo; aunque ya no conmigo, pero sí dentro de mí.
En lo más profundo de mi corazón, de mis anhelos y deseos.
Ella está ahí, presa.

Ella era y será motivo de mis sonrisas.

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