lunes, 13 de febrero de 2012

Sentado.

Estaba sentado, fumándome un cigarrillo mientras bebía un amargo pero adictivo tipo de licor — Adictivo porque lo preparaba ella — mientras los demás relataban anécdotas del año entre risas fuera de control; yo seguía ahí sentado, observándola, desnudándola con la mirada, sintiéndola.

Estaba sentado por los efectos de aquella extraña pero saciable bebida.

Quería bailar con ella, bailar hasta que nos iluminara el sol, hasta quedarnos sin fuerzas.
Quería demostrarle lo bueno que son mis pies al son de lo romántico, de lo que se siente más que el gélido frío de una noche de invierno, de lo puro y verdadero que sentía en ese momento solo con mirarla.
Quería hacerla mía, lo deseaba.

En un instantáneo parpadear, continuaba en el mismo sofá, ahí sentado. Y aunque a mis ojos les costaba distinguir todo a mi alrededor, a ella podía admirarla con facilidad. Se adueñó de mi mirada, de mí mismo.

Se sentó a mi lado y comenzamos a vivir el inicio de una historia que nunca empezó.

A los pocos minutos desperté. Estaba ahí sentado en el mismo sofá, con la misma muchedumbre a mi alrededor y el mismo tambaleante mareo que me había provocado el amargo sabor a ella.

1 comentario:

  1. Simplemente genial, aún cuando ya lo había leído cada vez que lo hago es como si lo saboreara por primera vez.

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